Ut Ómnibus Glorificetur Deus (para que en todo sea glorificado Dios).

Santa Regla de San Benito, capítulo 57.

lunes, 29 de abril de 2013

El puente entre Dios y el alma



El alma no puede vivir sin amor. Siempre tiende a amar algo, porque está hecha de amor, pues por amor la cree. Por eso te dije que el afecto mueve la inteligencia, como expresando: "Quiero amar, porque la comida de que me alimento es el amor". La inteligencia entonces, sintiéndose despertar por el afecto, se levanta como diciendo: "Si quieres amar, yo te daré un bien que puedas amar". Y seguidamente se eleva por la consideración de la dignidad del alma y de la indignidad a que por su culpa ha llegado. En la dignidad de su existencia aprecia mi inestimable bondad y caridad eternas por las que crece, y, al ver su miseria, encuentra y experimenta mi misericordia, pues por ella le he dado tiempo para conocerlas y le he sacado de las tinieblas.
El afecto, pues, se alimenta del amor, abriendo la boca del santo deseo, con la que come el odio y el desprecio de los propios sentidos. Condimentada esta comida con la perfecta paciencia y verdadera humildad, produce un odio santo. Engendradas las virtudes, ellas se multiplican perfecta e imperfectamente en la medida en que cada alma ejercita la perfección, como diré más abajo.
Si el afecto sensitivo, por el contrario,  se inclina a querer más las cosas sensibles, hacia ese afecto se inclina el ojo del entendimiento y se propone como meta sólo las cosas sensibles, con amor propio, desagrado de la virtud y amor al vicio. A esto le sigue la soberbia y la impaciencia. La memoria en ese caso, no se llena sino con aquello que la lleva el afecto.
Este amor ha cegado el ojo de tal modo, que no distingue ni ve sino algunos clarores sensibles. Su iluminación es la siguiente: que el entendimiento ve deleite donde no existe y el afecto ama lo que tiene apariencia de bien.
Ya te dije que los deleites del mundo son todos espinas llenas de veneno. Que el entendimiento es engañado al ver; la voluntad, al mar lo que no se debe, y la memoria, al recordarlo. El entendimiento hace como el ladrón, que roba lo que no es suyo, y la memoria mantiene el recuerdo continuo de las cosas que se hayan fuera de mí, y de este modo queda el alma privada de la gracia.



Santa Catalina de Siena