Ut Ómnibus Glorificetur Deus (para que en todo sea glorificado Dios).

Santa Regla de San Benito, capítulo 57.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Santísimo Nombre de María


Después de la natividad, de la lactancia y de la niñez, los pañales dan paso a la juventud florida y Dios dispone para María una habitación a modo de cámara nupcial, reservándose para sí lo más sagrado y augusto de este santuario. Por esto las vírgenes más próximas a ella danzan a coro, dando a conocer lo que ya está a punto de producirse. Por eso las hijas de Sión avanzan presurosas por delante de la reina, esparciendo perfumes, y el sagrado templo abre, con entusiasmo, sus puertas santas, para recibir a la que es gloria imperial del universo. En este momento se abre el Santo de los santos, acogiendo en su interior a la madre del que es la misma santidad. Se dispone para ella un nuevo manjar y, sin intervención de mano humana, la alimenta todo el tiempo, aquel que, dentro de poco ha de nutrirse con su leche. El Espíritu Santo es quien cuida a la Virgen, hasta que ella sea manifestada a Israel. Cuando llegó el tiempo de los desposorios, a ella, nacida de la estirpe de David, la tomó por esposa José, también descendiente de David, y, en vez de recibir ella una simiente humana, recibió la palabra de Gabriel; concibió sin unión carnal y tuvo un hijo no engendrado por un padre terreno; permaneció casta y sin violación de su seno, preservándola y guardando los sellos de su virginidad, incluso después del parto, aquel que nació de ella, o sea Cristo, Jesús nazareno, el que vino a este mundo. Él es el Dios verdadero y la Vida eterna, al cual sea la gloria, el honor y la adoración, junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Andrés de Creta
(Biblioteca de Patrística)

Alabado sea Jesucristo 

No hay comentarios:

Publicar un comentario