
No hay alternativa: o bien, corriendo a la caza de la satisfación psicofísica y del confort, uno se aleja de Dios y, en consecuencia, muere espiritualmente; o bien, siguiendo nuestro impulso hacia una forma sobrenatural de ser, se muere a este mundo. En este "morir" está nuestra cruz, nuestra crucifixión. Muchos, en el esfuerzo por alcanzar la realización del ideal que persiguen, "se pierden", ya que no se trata más que de un triunfo temporal. El cristiano, por su parte, en la libertad que su espíritu inmmortal ha encontrado en Dios, está dispuesto a sufrir para realizar la verdad suprema. En esto está su dignidad, que no encuentra parangón en el mundo natural.
Archimandrita Sophrony
Alabado sea Jesucristo
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