domingo, 14 de abril de 2019
Jesús y la mujer samaritana
Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: "Dame de beber". Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?" (Porque los judíos no se trataban con los samaritanos) (Jn, 4, 5-9).
Si aquella mujer hubiera leído bien, sin prejuicios, el Antiguo Testamento, le habría bastado para distinguir, detrás de aquel embozo de carne, la voz del gran Amante. Era su estilo, su escena preferida: de rodillas, sediento, mendigando agua... Era el Señor. Después de su resurrección, el apóstol Juan, que estaba enamorado y tenía un corazón limpio como la nieve, le reconocería gracias a esta misma escena (cf. Jn 21, 7)...
A la vez, si queremos estar a la altura del guión y del Guionista, nunca debríamos perder el asombro eterno de la samaritana: ¿Cómo tú...?, es decir: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal 8, 5). ¡Cuántas repuestas encierra esta pregunta!
Todos estos acontecimientos, y otros muchos producidos a lo largo de los siglos, habían venido preparando el camino para la puesta en escena final, en que la Humanidad entera contemplaría la definitiva declaración de amor realizada por un Dios loco y apasionado ante el alma del hombre en pecado. Sobre el terrible escenario del Monte de la Calavera tendrá lugar la representación más sobrecogedora del Amor divino.
José-Fernando Rey Ballesteros
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