Te dije que me herían, y es verdad. En su interior me persiguen como pueden. No es que yo en mí pueda recibir lesión alguna, ni ser herido por ellos, pero lo hacen como la piedra, que arrojándola, no es recibida, sino que se vuelve contra el que la arroja. Así los heridos por sus ofensas, los que arrojan la pestilencia, no me pueden hacer daño, sino que vuelve contra ellos la saeta envenenada de la culpa. Esta les priva de la gracia en esta vida, perdiendo el fruto de la sangre, y en el último momento, si no se enmiendan con santa confesión y contricción de corazón, llegan a la condenación eterna, separados de mí y ligados al demonio. Esos malvados han hecho una alianza con él, ya que bien pronto el alma queda privada de la gracia y unida al pecado. Esta unión es odio a la virtud y amor al vicio. La han hecho, por medio del libre albedrío, en manos del demonio, y así los sujeta, que de otro modo no podrían ser aprisionados por él.
Por este lazo, los perseguidores de la sangre se hallan unidos con otros, y, como miembros ligados al demonio, han tomado el oficio de demonios. Estos se ingenian para pervertir a mis criaturas, arrebatarles la gracia y reducirlas a la culpa del pecado mortal para que el mal que ellos padecen lo padezcan también las criaturas. Obran así, ni más ni menos, porque, como miembros del demonio, van provocando la rebelión de los hijos de la esposa de Cristo...
Santa Catalina de Siena
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