Para hacer la voluntad de Dios hay que desprenderse de la voluntad propia hasta aniquilarla por completo. Hasta vaciarse a sí mismo como se vació Jesús, el Señor, cuando dijo:
porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 6, 38).
La Mirada Contemplativa
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