A la virginidad divina va aparejado un rechazo absoluto por el pecado como antítesis de la santidad divina. De ese aborrecimiento por el pecado brota sin embargo, un amor insuperable por el pecador. Jesucristo vino al mundo para arrancar a los pecadores del dominio de las tinieblas, y reconstruir de esa manera la imagen divina de las almas prostituidas (...).
EDITH STEIN
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